Martes, Octubre 8, 2024
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Entrevista a Daniel Plaza: «No pienso al lector o lectora como alguien a quien deban dársele todos los elementos de una historia»

 

—Me parece que estamos frente a una novela de repeticiones. La imagen de una carretera literaria que siempre pasa por los mismos lugares y en la que existen muy pocas modificaciones. Cada capítulo parece un símil del otro, un juego de espejos y de quietud que solo se quiebra cuando el protagonista tiene sexo con Antonia.

—Te agradezco, Joaquín, la afirmación. Me gusta eso de que la novela configura la imagen de una carretera literaria. Creo que este libro se impregna mucho de eso, efectivamente. Hay una repetición de sitios, de constantes que al fin construyen la imagen de la carretera. Y a mí la carretera me fascina. El viaje me interesa por sobre todas las cosas. Llegar me atrae poco. Creo que todo nos pasa en el viaje. El movimiento y los lugares producen, creo, algo en el ser humano. A mí me interesa rescatar eso, la experiencia del viaje. No me importa nada el registro, es decir, esa idea tan de moda de que el viaje es un modo de concretar una especie de lista de lo que se supone que debes hacer: estar allí, pasar por acá, fotografiarlo, fotografiarte, comprar un suvenir, etcétera. Toda esa parafernalia consumista del viaje es la destrucción de la experiencia y a mí me interesa la experiencia. Esta novela, sin duda, ha querido configurar esta noción, rescatar, traer la experiencia a la palabra. Cuánto lo haya logrado o no, es otra cuestión, pero ha sido mi opción en el trabajo de Ruta. Y justamente porque este ha sido el desafío, trabajé mucho en la construcción del relato. Siempre rondó mi preocupación una pregunta, ¿cómo se habla de algo donde en apariencia no ocurre nada y el personaje va siempre mirando? La repetición, creo, se produce por eso, porque en el viajar hay una monotonía al ir pasando los lugares y mirar desde la óptica subjetiva del que viaja. La cuestión está en que cuando eso ocurre, el ser humano al transitar vive una experiencia. Los sitios, las imágenes, las personas, los detalles, le evocan algo. Seguramente por eso, el relato sale de esta constante únicamente en el encuentro sexual entre los personajes. Esto, la verdad, no lo había advertido, pero creo que tienes razón.

—La personalidad del protagonista (obsesiva, melancólica y reiterativa), dialoga con todo lo que sucede. Una antena en donde su personalidad y los lugares por los cuales transita la narración se funden en un mismo espacio. 

—Claro, hay como un tono plano. No sé, así se me ocurre decirlo. Al menos yo lo sentí así, que el tono del narrador debía ser plano, sin grandes momentos de intensidad en su decir. La intensidad debía estar remarcada únicamente por los sucesos vivenciados. Supongo que esa manera obsesiva, melancólica y reiterativa va configurando en el transcurrir de la narración la unidad de un mismo espacio del que hablas. Me gusta esa idea. No lo había pensado, pero probablemente es así, en el personaje se produce la unidad de un espacio. De hecho, la novela va fragmentando el transitar del personaje, es decir, se deja habitar por escenas recortadas ¿no?

—Durante la novela pareciera que no sucede nada, sin embargo, está sucediendo un todo no resuelto que como lectores debemos imaginar. El espectador emancipado, lo llamaba Ranciere. 

—Así es. Esto me interesaba sobre manera. Yo sentí que esta historia debía ser contada así, que se imponía de esta forma. Te confieso que mientras trabajé en ella, incluso ahora, me ha preocupado esta opción. Sabía que para muchas personas el ideal sería que se contara todo, el cómo sucedió, los detalles. Etcétera. Pero en el momento en el que trabajaba en la escritura decidí respetar cómo me salía. Me pareció también que esto permitía a lectores y lectoras ir rellenando el texto, cuestión que me fascina, que sea quien lea quien tenga la posibilidad de descargar sobre la historia, tal vez, su propia historia o, bien, cómo cada uno/a le daría sentido. El día de la presentación de la novela en el GAM, las dos personas a cargo de dar a conocer sus lecturas (Carlos Reyes y Cristián Opazo) coincidieron en la idea de que este libro permite pensar que Antonia podría ser un Antonio, es decir, que el personaje recordado en la novela podría ser el personaje de cualquiera de nosotros/as.

—En tu anterior libro, Desierto, nunca sabemos cuál es la ciudad donde todo transcurre, hay una incógnita que se representa a través de la ausencia de nombre. Sin embargo, en tu nueva entrega vemos una necesidad de nombrar cada pueblo, tienda y hostal, ¿cómo podríamos entender este proceso escritural?

—No tengo clara la opción. Sólo puedo decirte que lo sentí así. Es decir, desde el inicio supe que en esta novela los nombres de cada sitio por el que pasaba el protagonista eran fundamentales. Originalmente esta novela tenía un inicio diferente. En la versión final eliminé unas 25 páginas iniciales y en ellas había ya una opción clara por nombrarlo todo y debían ser nombres reales y reconocibles.

—Ruta es una novela minimalista, sin adornos innecesarios, ¿cómo la trabajaste? Pareciera que recortaste mucho hasta dejar solamente lo esencial.

—Esta novela es, tal vez, la que más trabajo me ha dado. Hubo mucha escritura, reelaboración, corrección, selección de escenas, cambios, eliminaciones, etcétera. Seguramente la versión final perdió unas 60 páginas de la versión original. Pero es que sentía que debía ser un relato contenido. Sentí que la emoción implicada en el viaje del protagonista era muy potente y que, si dejaba soltar esa emoción, desbordaría el texto y tal vez, más que aportar a la intensidad emocional final, acabaría por afectarlo desde el punto de vista literario. Me propuse trabajar en la idea de la contención de la escritura para intentar conseguir una intensidad emocional. Uf, difícil apuesta, pero es lo que traté de logar y no sé cuánto se haya concretado.

—Resulta interesante la figura de la náusea. La imagen del vómito que aparece cerca del final y funciona como una expresión más del protagonista. 

—La sensación de la náusea es, creo, la expresión física de la emoción no declarada o explicitada por el narrador o por el personaje. Esa escena es sugerente, supongo, para quien lee. Allí, en la náusea y luego en el vómito, hay una expresividad de lo que implica la vida del personaje. No sé, supongo que uno podría pensar esa escena como expresión de aquello que afecta a una persona o también como expulsión de aquello que afecta su vida. A mí, creo, me sugiere ese tipo de opciones. Náusea y vómito es la materialización del estado emocional en el que subsiste el protagonista.

—¿Cuál es el público objetivo de tu obra?

Esta es una pregunta difícil, imposible para mí. Puedo decirte que no pienso al lector o lectora como alguien a quien deban dársele todos los elementos de una historia. Concibo a quien lee como un sujeto inquieto, curioso, con ganas no sólo de conocer la historia, sino de comprender al personaje, de involucrarse en su mundo, de un poco dimensionarlo, de verdad dimensionarlo.

—¿Qué lees actualmente? 

Estoy releyendo las obras completas de Adolfo Couve. A propósito del comentario que me hiciera un amigo, profesor de la Universidad de Chile, me tenté y he vuelto a releer a Couve. Hasta aquí estoy maravillado por la propuesta de su escritura, por la configuración de una propuesta estética tan novedosa, tan vigente. Como lector me he sorprendido de que también leo toda esa obra de otro modo, es casi como si la leyera por primera vez. En la escritura de Couve hay profundidad, reflexión, novedad, aparente sutileza, casi ingenuidad. Pero es una escritura que provoca. No ha envejecido en absoluto. Está más vigente que un sin número de cosas que han aparecido desde aquellos tiempos y, si se piensa el contexto en el que esta obra fue apareciendo, resulta admirable la valentía o la provocación, o las dos cosas, que implica. Creo que la escritura de Couve siempre quiso desmarcarse de las modas y apostar por la búsqueda de una expresión íntima. No estoy seguro, pero noto en esa propuesta estética un gesto más íntimo, un giro o un guiño a una opción creativa que traspasa las modas o los temas que suelen rondar a la literatura en cada tiempo.

Joaquín Escobar
Joaquín Escobar
Joaquín Escobar (1986). Escritor, sociólogo y magíster en literatura latinoamericana. Es autor de los libros de cuentos Se vende humo y Cotillón en el capitalismo tardío, ambos con la editorial Narrativa Punto Aparte.
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