De un tiempo a esta parte, de la mano de Big Sur, están llegando muchas editoriales latinoamericanas a Chile. Si bien hay varias de renombre, como Eterna cadencia o Almadía, también hay algunas más silenciosas a las que debemos poner atención. En esta ocasión queremos recomendarles dos novelas totalmente opuestas en temáticas y formas de escritura.
«El camino hambriento» Ben Okri
Ben Okri es uno de los escritores nigerianos más importantes de la actualidad. Desconocido en gran parte del territorio latinoamericano y occidental, debemos agradecer a la editorial mexicana Elefanta su publicación, pues mediante una traducción pulcra nos invita a sumergirnos en sitios tan lejanos como misteriosos, en donde nada resulta ser como se presentó.
Hay una creencia africana en la que se da cuenta de los abiku, una tribu de niños espíritus que ante el malvivir que llevan (explotación, abusos, despojos) viajan a otra dimensión, hacia un más allá que les permite realizarse y vivir de la mejor forma posible. Azaro, el protagonista de El camino hambriento, es un abiku, hecho por el cual vive rodeado de condicionantes. Por un lado, se le ve como un émbolo de mala suerte que debe ser excluido y desterrado, por otra parte, se le observa como un ser que trae consigo dicha y buena fortuna.
Azaro vive en una aldea donde nada es real. Todo está a medio camino entre un tópico y otro, encontrando aproximaciones que siempre son una desfiguración de lo que se cree apreciar: “Uno de los hombres tenía alas rojas en los pies y la niña tenía agallas de pez alrededor del cuello. Podía escuchar sus susurros nasales. Se mantuvieron cerca de mí, para descubrir si realmente podía verlos. Y, cuando rehusé verlos, cuando me concentré en las pilas de pimientos rojos arrugados por el sol, se apiñaron a mi alrededor y me cerraron el paso”. Estamos ante una novela corporal, quizás biopolítica, en donde se pueden leer las formas de violencia política en las mutaciones y cicatrices de todos los personajes que transitan por la novela.
El papá del protagonista es un boxeador que decide colgar los guantes para entrar de lleno en la política. Este giro abre el espectro de lo sobrenatural y se posiciona en un terreno ambiguo en donde la política africana de los últimos treinta años cobra especial relevancia, documentándose el desamparo en el que vive gran parte de la población rural nigeriana.
«Primera luz» de Charles Baxter
Primera luz de Charles Baxter fue publicada en 1987. Ampliamente elogiada por Paul Auster y J.M. Coetzee, la novela -narrada de atrás para adelante- expone la vida de dos hermanos competamente opuestos que habitan en una constante de disputas y reproches.
Hugh es vendedor de autos y Dorsey una reputada astrofísica. La primera escena que tenemos de ambos es yendo hacia la casa de una señora que vende fuegos artificiales. Lo que supone una ida placentera como previa a una celebración masiva, es la muestra de una relación tensa en donde los disparates e insultos cobran notoriedad.
Lo que más atrae de Primera luz es la manera en que está escrita. La forma de llevar la narración con sus pausas y silencios narrativos, importa más que una trama que no atrapa ni resulta novedosa. Toda la edificación de la novela se sustenta en esta brillantez, permitiéndonos entrar en la literatura mediante la edificación del relato.
Primera luz toma fuerza en todos sus detalles. En el primer capítulo, cuando están tirando los fuegos artificiales, Hugh ve a sus vecinos, una pareja de ancianos, contemplar el espectáculo que brindan en el patio de su casa. Al principio los confunde, el recuerdo de sus padres se aparece en el horizonte y todo se transforma en nostalgia y melancolía. Este tipo de escenas (la conformación de un rito mediante el recuerdo de la infancia) son habituales dentro del libro, pues la inconformidad del presente y las ganas de huir (que nunca se llevan a cabo) funcionan como su piedra prinicipal.
